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cuando uno no tiene coche

26 février 2008

aqui estamos todos

A las duras y a las maduras.

Por tanto, podemos darnos cuenta en qué consiste ponernos un sombrero determinado, que aunque imaginario permite que tengamos una actitud o rol diferente. El título es “Pensamiento Productivo: Seis Sombrero Para Pensar”, por tanto son seis roles o actitudes diferentes, que se presentan en tres dicotomías o contradicciones que mostramos a continuación: Datos y hechos puros. El color blanco denota neutralidad, y de eso se trata. Cuando nos ponemos imaginariamente este sombrero, debemos presentar información que puede ser numérica, cualitativa o hechos verificados o que nos han informado aunque no lo hayamos verificado. ¿Comprendería esto él mismo, el más listo de todos los que han practicado jamás el engaño de sí mismo? ¿Se lo confesaría, por último, en la sabiduría del valor con que enfrentó la muerte?... Sócrates quería morir: no fue Atenas, sino él mismo quien se condenó a beber la cicuta; obligó a Atenas a condenarlo a bebérsela... “Sócrates no es un médico-murmuró para sus adentros-; únicamente la muerte es un médico... Sócrates mismo sólo ha estado enfermo durante largo tiempo...” ¿Me preguntan ustedes cuáles son los distintos rasgos que caracterizan a los filósofos...? Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la misma noción del devenir, su mentalidad egipcíaca. Creen honrar una cosa si la desprenden de sus conexiones históricas, sub specie aeterni; si la dejan hecha una momia. Todo cuanto los filósofos han venido manipulando desde hace milenios eran momias conceptuales; ninguna realidad salía viva de sus manos. Matan y disecan esos idólatras de los conceptos cuanto adoran; constituyen un peligro mortal para todo lo adorado. La muerte, la mudanza y la vejez, no menos que la reproducción y el crecimiento, son para ellos objeciones y aun refutaciones. Lo que es, no deviene; lo que deviene, no es... Pues bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en el Ser. Mas como no lo aprehenden, buscan razones que expliquen por qué les es escamoteado. “El que no percibamos el Ser debe obedecer a una ficción, a un engaño; ¿dónde está el engañador?” “¡Ya hemos dado con él!', exclaman contentos. “¡Es la sensualidad! Los sentidos, que también, por lo demás, son tan inmorales, nos engañan sobre el mundo verdadero. Moraleja: hay que emanciparse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia, de la mentira; la historia no es más que fe en los sentidos, en la mentira. Moraleja: hay que decir no a todo cuanto da crédito a los sentidos, a toda la restante humanidad; todo esto es “vulgo”. ¡Hay que ser filósofo, momia; representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ¡Y repudiar, sobre todo, el cuerpo, esa deplorable idea fija de los sentidos! ¡Plagado de todas las faltas de la lógica, refutado; más aún: imposible, aunque tenga la osadía de pretender ser una cosa real! ...” Exceptúo con profunda veneración el nombre de Heráclito. En tanto que los demás filósofos rechazaban el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban multiplicidad y mudanza, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas dotadas de los atributos de la duración y la unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Éstos no mienten, ni como creyeron los eleáticos ni como creyó él; no mienten, sencillamente. Lo que hacemos de su testimonio es obra de la mentira, por ejemplo la de la unidad, la de la objetividad, la de la sustancia, la de la duración... La “razón” es la causa de que falseemos el testimonio de los sentidos. Éstos, en tanto que muestran el nacer y perecer, la mudanza, no mienten... Mas Heráclito siempre tendrá razón con su aserto de que el Ser es una vana ficción. El mundo “aparencial” es el único que existe; el “mundo verdadero”, es pura invención... Mi noción de la libertad. A veces el valor de una cosa no reside en lo que con ella se consigue, sino en lo que por ella se paga, en lo que nos cuesta. Consignaré un ejemplo. Las instituciones liberales, una vez impuestas dejan de ser pronto liberales; posteriormente, nada daña en forma tan grave y radical la libertad como las instituciones liberales. Sabidos son sus efectos: socavan la voluntad de poder, son la nivelación de montaña y valle elevada al plano cie la moral, empequeñecen y llevan a la pusilanimidad y a la molicie; con ellas triunfa siempre el hombrerebaño. El liberalismo significa el desarrollo del hombre-rebaño... Las mismas instituciones, mientras se brega por ellas, producen muy otros efectos; entonces promueven, en efecto, poderosamente la libertad. Bien mirado, es la guerra la que produce estos efectos; la guerra librada por instituciones liberales, que como guerra perpetúa los instintos antiliberales. Y la guerra educa para la libertad. Pues ¿qué significa libertad? Que se tiene la voluntad de responsabilidad personal. Que se mantiene la distancia jerárquica que diferencia. Que se llega a ser más indiferente hacia la penuria, la dureza, la privación y aun hacia la vida. Que se está pronto a sacrificar en aras de su causa vidas humanas, la propia inclusive. Significa la libertad que los instintos viriles, guerreros y triunfantes privan sobre otros instintos, por ejemplo, los de la “felicidad”. El hombre libertado, y, sobre todo, el espíritu libertado, pisotea el despreciable bienestar con que sueñan mercachifles, cristianos, vacas, mujeres, ingleses y demás demócratas. El hombre libre es un guerrero. ¿Cuál es el criterio de la libertad en los individuos y los pueblos? La resistencia que es preciso superar, el esfuerzo que demanda el mantenerse arriba. El tipo más alto de hombres libres debiera buscarse allí donde continuamente se supera la resistencia más grande a dos pasos de la tiranía, a un tris del trance de caer en la servidumbre. Esto es sicológicamente cierto si aquí se entiende por los “tiranos” instintos implacables y terribles que desafían contra sí el maximum de autoridad y disciplina: el tipo más hermoso es Julio César, y es también políticamente cierto, como lo prueba la historia. Ningún pueblo importante que llegó a ser un pueblo de valía, llegó a serlo bajo instituciones liberales; el grave peligro hizo de él algo dignó de veneración: el peligro que nos da la noción de nuestros recursos, nuestras virtudes, nuestras armas, nuestro espíritus que nos obliga, en suma, a ser fuertes... Primer axioma: hay que estar obligado a ser fuerte o si no, no se lo es nunca. Esos grandes semilleros del hombre fuerte, del tipo humano más fuerte que se ha dado jamás, las comunidades aristocráticas al estilo de Roma y Venecia, entendían la libertad exactamente en el sentido en que yo entiendo la palabra “libertad”: como algo que se tiene y no se tiene, que se quiere, que se conquista... La cuestión obrera. La estupidez, en el fondo; la degeneración de los instintos, que hoy día es la causa de todas las estupideces, reside en que exista una cuestión obrera. Hay cosas de las que no se hace cuestión: imperativo primordial del instinto. Yo no veo en absoluto qué quiere hacerse con el obrero europeo, una vez que se le ha convertido en cuestión. Se encuentra en una situación demasiado ventajosa como para no plantear su cuestión de una maner=a cada vez más categórica e imperiosa. Cuenta, en definitiva, con la ventaja de la superioridad numérica. Se ha desvanecido por completo la esperanza de que en el obrero se cristalice como clase un tipo humano modesto y que se baste a él mismo, lo cual hubiera tenido sentido, pues resultâuu francamente necesario. ¿Qué se ha hecho? Se ha hecho todo por matar en germen hasta la idea de tal evolución; por obra de la más irresponsable despreocupación y ligereza se ha causado la destrucción total de los instintos, gracias a los cuales el obrero es factible, factible para sí mismo, como clase. Se ha desarrollado en el obrero la capacidad militar, se le ha acordado el derecho de coalición, el sufragio; no es de extrañar así que el obrero sienta en realidad su existencia como un apremio (moralmente hablando, como una injusticia). ¿Qué es lo que, en definitiva, se quiere? Si se intenta un fin, hay que procurar también los medios conducentes a su logro; si se quiere esclavos, es una locura educarlos para amos. Una sugestión para los conservadores. He aquí algo que antes no se supo y ahora se sabe: no es posible la regresión, el retorno, en ningún sentido ni grado. Los fisiólogos, por lo menos, lo sabemos. Mas todos los sacerdotes y moralistas han creído en esta posibilidad; pretendían retraer a la humanidad por la fuerza a una medida anterior de virtud. La moral siempre ha sido un lecho de Procusto. Hasta los políticos han seguido en esto las huellas de los predicadores de la virtud; hay aún partidos que sueñan con la regresión de todas las cosas. Sin embargo, nadie está en libertad de retroceder. Quiérase o no, hay que avanzar, quiere decir, avanzar paso a pasó por el camina de la décadence (tal es mi definición del moderno “progreso” ... ). Se puede poner trabas a esta evolución y así estancar, acumular, hacer más vehemente y fulminante la degeneración misma, aunque no se pueda hacer más. Mi concepto del genio. Los grandes hombres, como las grandes épocas, son explosivos donde está acumulado un poder tremendo; su propósito es siempre, en el orden histórico y el fisiológico, que durante largo tiempo se haya concentrado, acumulado, ahorrado y preservado con miras a ellos; que durante largo tiempo no haya ocurrido ninguna explosión. Cuando la tensión en la masa se ha hecho excesiva, basta el estímulo más casual para producir el “genio”, la “magna realización”, el gran destino. ¡Qué importa entonces el ambiente, la época, el “espíritu de la época”, la “opinión pública”! Veamos el caso de Napoleón. La Francia de la Revolución, y sobre todo la de antes de la Revolución, hubiera producido el tipo opuesto al de Napoleón; y lo produjo, en efecto. Y porque Napoleón fue diferente, heredero de una civilización más fuerte, más larga, más antigua que aquella que se venía abajo en Francia, llegó a ser amo, fue únicamente el amo. Los grandes hombres son necesarios, la época en que se presentan es accidental; el que casi siempre lleguen a dominarla depende sólo de que sean más fuertes, más antiguos; de que durante más tiempo se hayan concentrado y acumulado con algún propósito. Entre un genio y su época existe una relación como entre lo fuerte y lo débil, también como entre lo viejo y lo joven; la época siempre es relativamente mucho más joven, floja, falta de madurez, falta de seguridad, infantil. Que prevalezca ahora en Francia una noción muy diferente sobre este asunto (también en Alemania, pero no importa); que allí la teoría del milieu, una verdadera teoría de neuróticos, haya llegado a ser sacrosanta y casi científica, aceptada hasta por los fisiólogos, “huele mal” e invita pensamientos melancólicos. Tampoco en Inglaterra se piensa sobre el particular; pero nadie se aflija. Al inglés le están abiertos tan sólo dos caminos: entendérselas con el genio y “gran hombre”, ya sea democráticamente, al modo de Buckle, o religiosamente, al modo de Carlyle. El peligró que entrañan los grandes hombres y las grandes épocas es extraordinario; les sigue de cerca el agotamiento en todo sentido, la esterilidad. El gran hombre es un final. El genio, en la obra, en la magna realización, es necesariamente un derrochador; el gastarse es su grandeza... El instinto de conservación está en él, en cierto modo, desconectado; la irresistible presión de las fuerzas desbordantes le impide todo cuidado y cautela de esta índole. Se le llama a esto “abnegación”; se ensalza el “heroísmo” de tal actitud, la indiferencia hacia el propio bienestar, la devoción por una idea, por una magna causa, por una patria; pero se trata, sin excepción, de malentendidos... El gran hombre rebosa, se desborda, se gasta sin reservas; fatalmente, involuntariamente, como es involuntario el desbordamiento de un río. Mas porque se debe mucho a tales expansiones se les ha desarrollado una especie de moral superior... Y bueno, es propio de la gratitud humana entender mal a sus bienhechores.

Esto es más fácil que peluquear bobos.

Todo el dominio de la moral y la religión cae bajo este concepto de las causas imaginarias.-“Explica­ción” de las sensaciones generales desagradables: Éstas están determinadas por seres hostiles a los hombres (espíritus malignos; el caso más célebre es la defini­ción errónea de las histéricas como brujas). Están de­terminadas por actos censurables (el sentimiento del “pecado”, de la “propensión al pecado”, como expli­cación de un, malestar_ fisiológico, puesto que siempre se encuentran motivos para estar descontento consigo mismo). Están determinadas como castigo, como ex­piación de algo que no se debió hacer, de algo que no debió ser (lo cual ha sido generalizado en forma ter­minante por Schopenhauer, en una proposición donde la moral aparece como lo que es, o sea como empon­zoñadora y detractora propiamente dicha de la vida: “todo dolor intenso, físico o mental, expresa lo que tenemos merecido: pues no nos podría sobrevenir si no lo tuviésemos merecido”. El mundo como voluntad y representación). Están determinadas como consecuen­cias de actos irreflexivos, fatales (los afectos, los sen­tidos, concebidos como causa, como “culpa”; apremios diferentes como “merecidos”). Barcelona relax Sin embargo, la divisoria entre la mayor o menor capacidad de duración es muy confusa. BCN relax Segundo. En la repetición de los ciclos I y II, aun cuando los puntos finales D’ y P’ constituyen los puntos iniciales del ciclo re­novado, desaparece la forma en que nacieron. D’ = D + d, P’ = P + p reanuda el nuevo proceso como D y P. Pero en la forma III el punto de partida M debe designarse como M’, aun cuando el ciclo se renueve en la misma escala, por la razón siguiente. En la forma I, tan pronto como D’ abre en cuanto tal un nuevo ciclo, opera como capital–dinero D, como desembolso del valor del capital valorizable en forma de dinero. La cuantía del capital–dinero des­embolsado, acrecentada por la acumulación operada en el primer ciclo, ha aumentado. Pero el hecho de que la cuantía del capital–dinero desembolsado sea de 422 libras esterlinas o de 500 no hace cambiar para nada el hecho de que se trata de un simple valor–capital. Aquí, D’ ya no existe como capital valorizado o preñado de plusvalía, como relación de capital. Es en el transcurso del proceso donde ha de valorizarse. Y lo mismo ocurre con P... P’; P’ tiene que seguir operando siempre como P, como valor–capital destinado a producir plusvalía, y renovar el ciclo. En cambio, el ciclo del capital–mercancías no se abre como un valor–capital puro y simple, sino con un valor–capital incrementado en forma de mercancías, incluyendo desde el primer momento no sólo el ciclo del valor del capital existente en forma de mercancías, sino también el de la plusvalía. Por tanto, si se opera bajo esta forma una reproducción simple, aparecerá al final un M' de la misma magnitud que al comienzo. Si una parte de la plusvalía entra en el ciclo del capital, aunque al final del ciclo aparezca, en vez de M' M", un M' mayor, el ciclo siguiente se abrirá nuevamente con M', lo que significa que el que inicia su nuevo ciclo es un M' mayor que en el ciclo precedente, con un valor–capital acu­mulado mayor, y por consiguiente con una plusvalía nueva relativa­mente más grande. En todo caso, M' abre siempre el ciclo como un capital –mercancías = valor del capital + plusvalía. BCNGirls Por consiguiente, aunque en el acto D – T el poseedor del dinero y el poseedor de la fuerza de trabajo se enfrentan tan sólo como comprador y vendedor respectivamente, como el poseedor del dinero y el poseedor de la mercancía, es decir, aunque en este aspecto su relación se desarrolla exclusivamente en el plano del dinero, el comprador aparece de antemano, al mismo tiempo, como poseedor de los medios de producción, que constituyen las condiciones materiales necesarias para que el poseedor de la fuerza de trabajo pueda emplearla de un modo productivo. Dicho en otros términos, estos medios de producción se enfrentan con el poseedor de la fuerza de trabajo como una propiedad ajena. De otra parte, el vendedor del trabajo aparece frente a su comprador como una fuerza de trabajo ajena que tiene que ponerse bajo sus órdenes, incorporarse a su capital, para que éste pueda actuar realmente como capital productivo. Por tanto, en el momento en que ambas partes se enfrentan en el acto D – T (o enfocándolo del lado del obrero, T – D), existe ya , se da por supuesta la relación de clase entre capitalista y obrero asalariado. Es ésta una relación de compra y venta, de dinero; pero una compra y una venta en las que el comprador actúa ya como capitalista y el vendedor como obrero asalariado y que tiene como premisa el hecho, de que las condiciones necesarias para la realización de la fuerza de trabajo –los medios de vida y los medios de producción– aparecen separados, como propiedad ajena, del poseedor de aquélla. Barcelona Girls Para el capitalista que hace trabajar a otros a su servicio, la compra y la venta constituyen una función fundamental. Como se apropia en una gran escala social el producto de muchos, tiene que vender también este producto en las mismas proporciones, y luego volver a convertir el dinero en los elementos de producción. Pero, el tiempo empleado en la compra y en la venta no crea tampoco en este caso ningún valor. La función del capital comercial suscita aquí cierta ilusión. Sin embargo, aun sin entrar por ahora en detalles, es evidente, desde luego, que aunque por efecto de la división del trabajo una función que, siendo de suyo improductiva, constituye una fase necesaria en el proceso de la reproducción, se convierta de una operación accesoria realizada por muchos en operación exclusiva de unos cuantos, en incumbencia específica de éstos, no cambia para nada, de por sí, el carácter de la función. Puede ocurrir que un comerciante (considerado aquí como simple agente encargado de hacer cambiar de forma las mercancías, como simple comprador y vendedor) acorte, con sus operaciones, el tiempo de compra y venta de muchos productores. En este caso, habrá que considerarlo como una máquina destinada a reducir un gasto inútil de fuerzas, ayudando a dejarlas libres para emplearlas en el proceso de producción .2 De putas en Madrid Lo mismo en el capital A que en el B, tenemos un desembolso semanal de 100 libras esterlinas de capital variable: el grado de valorización o la cuota de plusvalía es también la misma en ambos casos el 100 por 100; asimismo es igual la magnitud del capital variable = 100 libras esterlinas. Se explota la misma masa de fuerza de trabajo, la magnitud y el grado de la explotación son en ambos casos los mismos, y las jornadas de trabajo iguales y divididas por igual en trabajo necesario y trabajo sobrante. La suma de capital variable invertida durante el año, igual en los dos casos, 5,000 libras esterlinas, pone en acción la misma masa de trabajo y extrae de la fuerza de trabajo movilizada por los dos capitales iguales la misma masa de plusvalía, o sean 5,000 libras esterlinas. Sin embargo, entre la cuota de plusvalía del capital A y la del capital B media una diferencia del 900 por 100. Putas valencia La división del trabajo, el hecho de que una función adquiera existencia independiente, no la convierte en creadora de producto y de valor si no lo era ya de por sí, es decir, antes de haber logrado su independencia. Cuando un capitalista invierte su capital en un negocio nuevo, no tiene más remedio que dedicar una parte de él a comprar un contable, etc., y a adquirir los materiales necesarios para la contabilidad. Y si su capital está ya funcionando, dedicado a su proceso constante de reproducción, tiene que hacer revertir constantemente una parte del producto–mercancía, transformándolo en dinero, para pagar a los contables, dependientes, etc. Esta parte del capital se sustrae al proceso de producción y figura entre los gastos de circulación, que hay que deducir del producto total. (Incluyendo la fuerza de trabajo que se aplica exclusivamente a esta función.) Acompañantes sexo Barcelona Goethe es el último alemán que me inspira venera­ción; él hubiera sentido tres cosas que yo siento; también estamos de acuerdo sobre la “Cruz”... Se me pregunta por qué escribo en alemán, toda vez que en ninguna parte me leen tan mal como en mi patria. Pero ¿quién sabe, en definitiva, si yo deseo ser leído hoy día? Crear cosas en las que el tiempo trate de hincar el diente; aspirar en la forma, en la sustancia, a una pequeña inmortalidad, nunca he sido bastante modesto para exigirme menos. El aforismo y la sen­ten-cia (yo soy el primer alemán que es maestro en este dominio) son las formas de la “eternidad”; am­biciono decir en diez frases lo que otro cualquiera dice en un libro, lo que otro cualquiera no dice en un libro... Saunas Huesca En primer lugar, estas tres formas no representan tres fases de desarrollo equiparables entre sí. La llamada economía de crédito no es, en realidad, más que una forma de la economía pecuniaria, en cuanto ambas denominaciones expresan funciones o modos de tráfico entre los mismos productores. En la producción capitalista desarrollada, la economía pecuniaria sólo funciona como base de la economía de crédito. Por consiguiente, la economía pecuniaria y la de crédito corresponden simplemente a dos fases distintas de desarrollo de la producción capitalista, pero no son, ni mucho menos, formas distintas e independientes de tráfico que puedan contraponerse a la economía natural. Con la misma razón podrían oponerse a estas dos formas, como equiparables a ellas, las diversas modalidades de la economía natural. escorte girls Espagne En el pasaje de Kirchhof citado más arriba merecen destacarse las siguientes palabras: “Además, la producción forestal continuada requiere, a su vez, una reserva de madera viva, que representa diez y hasta cuarenta veces el rendimiento anual.” Por tanto, una sola rotación cada diez o cada cuarenta años. lencería El capital fijo se halla formado en parte por elementos de la misma clase, pero que no duran todos lo mismo, sino que se renuevan fragmentariamente en distintos períodos. Por ejemplo, los rieles de las estaciones, que es necesario sustituir con más frecuencia que los del resto de la vía. Y otro tanto sucede con las traviesas, que según Lardner en la década del 50 eran sustituidas en los ferrocarriles belgas a razón del 8 por 100 al año, lo que quiere decir que en un término de 12 años 4 se renovaban en su totalidad. La proporción es aquí, por tanto, la siguiente: se desembolsa una cantidad, por un período de diez años, supongamos, invirtiéndola en una determinada clase de capital fijo. Esta inversión se hace por una vez. Pero una determinada parte de este capital fijo, cuyo valor se incorpora al valor del producto y se convierte con éste en dinero, se repone todos los años en especie, mientras que la otra parte persiste bajo su forma natural primitiva. La inversión por una vez y la reproducción simplemente fragmentaria y bajo forma natural es lo que distingue a este capital, como capital fijo, del capital circulante. barcelona acompañante d–m representa una serie de compras realizadas por medio del dinero que el capitalista invierte, ya en verdaderas mercancías, ya en servicios para el cuidado de su respetable persona o de su familia. Estas compras se efectúan de un modo desperdigado y en diferentes fechas. Por tanto, este dinero existe, temporalmente, en forma de un acopio de dinero destinado al consumo corriente, o sea, de un tesoro, puesto que el dinero, cuando su circulación se interrumpe, asume la forma de tesoro. Su función como medio de circulación, en la que va implícita también su forma transitoria de tesoro, no entra en la circulación del capital bajo su forma de dinero. dama de compañía

Poner a alguien verde.

Cualquiera que sea la forma social que revistan las existencias de productos, su conservación supone gastos: edificios, envases, etc., en que los productos se conservan, así como también medios de producción y trabajo, más o menos en relación con la naturaleza del producto y que es necesario invertir para contrarrestar las influencias perturbadoras. Estos gastos disminuyen relativamente cuanto más se concentran socialmente las existencias. Constituyen siempre una parte del trabajo social, sea en forma materializada o como trabajo vivo –son, por tanto, en su forma capitalista, gastos de capital–, que no entran en la composición del producto mismo y representa, por consiguiente, deducciones de éste. Figuran necesariamente en el pasivo de la riqueza social. Son los gastos de conservación del producto social, lo mismo si su existencia como elemento de las existencias de mercancías responde simplemente a la forma social de la producción, es decir, a la forma de mercancías y a su necesaria mutación de forma, que si sólo consideramos las existencias de mercancías como una forma especial de las existencias de productos comunes a todas las sociedades, aunque no bajo la forma de existencia de mercancías, forma de las existencias de productos correspondiente al proceso de circulación. tantra A) Las diferentes partes en que debe dividirse el capital, para que una de ellas pueda figurar constantemente en el período de trabajo, mientras otras funcionan en el período de circulación, se desprenden como otros tantos capitales privados distintos e independientes, en dos casos: 1) cuando el período de trabajo es igual al período de circulación, es decir, cuando el ciclo de rotación se divide en dos segmentos iguales; 2) cuando, siendo el período de circulación mayor que el período de trabajo, representa al mismo tiempo un múltiplo de éste, de tal modo que cada período de circulación = n períodos de trabajo, siempre y cuando que n represente una cifra completa. En estos casos, no queda disponible ninguna parte del capital sucesivamente desembolsado. Eros BCN 2) Por los títulos de la Deuda pública. Estos no constituyen en modo alguno capital, sino que son simples créditos que dan derecho a una parte del producto anual de la nación. compañia intima en barcelona Una vez que me había impuesto este trabajo de revisión, me decidí a aplicarlo también al texto original que tomé como base (la segunda edición alemana), simplificando el desarrollo de algunos puntos, completando el de otros, incorporando a la obra nuevos datos históricos o estadísticos, añadiendo nuevas observaciones críticas, etc. Sean cuales fueren los defectos literarios de esta edición francesa, es indudable que posee un valor científico propio aparte del original y debe ser tenida en cuenta incluso por los lectores que conozcan la lengua alemana. acompañante de lujo Sin embargo, para que el poseedor de dinero pueda encontrar en el mercado, como una mercancía, la fuerza de trabajo, tienen que concurrir diversas condiciones. El cambio de mercancías no implica de suyo más relaciones de dependencia que las que se des­prenden de su propio carácter. Arrancando de esta premisa, la fuerza de trabajo sólo puede aparecer en el mercado, como una mercancía, siempre y cuando que sea ofrecida y vendida como una mercancía por su propio poseedor, es decir, por la persona a quien pertenece. Para que éste, su poseedor, pueda venderla como una mercancía, es necesario que disponga de ella, es decir, que sea libre propietario de su capacidad de trabajo, de su persona.40 El poseedor de la fuerza de trabajo y el poseedor del dinero se enfrentan en el mercado y contratan de igual a igual como poseedores de mercancías, sin más distinción ni diferencia que la de que uno es comprador y el otro vendedor: ambos son, por tanto, personas jurídicamente iguales. Para que esta relación se mantenga a lo largo del tiempo es, pues, necesario que el dueño de la fuerza de trabajo sólo la venda por cierto tiempo, pues si la vende en bloque y para siempre, lo que hace es venderse a sí mismo, convertirse de libre en esclavo, de poseedor de una mercancía en mercancía. Es necesario que el dueño de la fuerza de trabajo, considerado como persona, se comporte constantemente respecto a su fuerza de trabajo como respecto a algo que le pertenece y que es, por tanto, su mercancía, y el único camino para conseguirlo es que sólo la ponga a disposición del comprador y sólo la ceda a éste para su consumo pasajeramente, por un determinado tiempo, sin renunciar por tanto, a su propiedad, aunque ceda a otro su disfrute.41 girlsbcn Por ejemplo, 40 varas de lienzo “valen”... ¿qué? 2 levitas. Como aquí la clase de mercancías representada por las levitas desem­peña el papel de equivalente, es decir como el valor de uso levita asume respecto al lienzo la función de materializar el valor, basta una determinada cantidad de levitas para expresar una determinada cantidad de valor del lienzo. Dos levitas pueden expresar, por tanto, la magnitud de valor de 40 varas de lienzo, pero no pueden expresar jamás su propia magnitud de valor, la magnitud de valor de dos levitas. La observación superficial de este hecho, del hecho de que en la ecuación de valor el equivalente reviste siempre la forma de una cantidad simple de un objeto, de un valor de uso, indujo a Bailey, como a muchos de sus predecesores y sucesores, a no ver en la expresión de valor más que una relación puramente cuantitativa. Y no es así, sino que, lejos de ello, la forma equiva­lencial de una mercancía no encierra ninguna determinación cuan­titativa de valor. www.girlsbcn.org Las crisis que vienen a interrumpir la producción y que sólo permiten trabajar algunos días de la semana, no merman, naturalmente, la codicia de alargar la jornada de trabajo. Cuantos menos negocios se hagan, mayor ha de ser la ganancia obtenida por los negocios hechos. Cuanto menos tiempo se trabaje, más tiempo de trabajo excedente hay que arrancar. Oigamos, por ejemplo, cómo se expresan los inspectores de fábrica en sus informes acerca del período de crisis de 1857 a 1858:

La circunstancia de que esta mercancía especial, la fuerza de trabajo, tenga el valor de uso peculiar de rendir trabajo y, por tanto, de crear valor, no altera en lo más mínimo la ley general de la producción de mercancías. Por tanto, no debe creerse que el hecho de que el producto no se limite a reponer la suma de valor desembolsada en forma de salario, sino que encierre además una plusvalía. proviene de un engaño de que se haya hecho víctima al vendedor, a quien se le abonó el valor de su mercancía, sino que nace del uso que de esta mercancía hace el comprador. Madrid señoritas compañía ¿Qué es una jornada de trabajo?" ¿Durante cuánto tiempo puede lícitamente el capital consumir la fuerza de trabajo cuyo valor diario paga? ¿Hasta qué punto puede prolongarse la jornada de trabajo más allá del tiempo necesario para reproducir la propia fuerza de trabajo? Ya hemos visto cómo responde el capital a estas preguntas: según él, la jornada de trabajo abarca las 24 horas del día, descontando únicamente las pocas horas de descanso, sin las cuales la fuerza de trabajo se negaría en absoluto a funcionar. Nos encontramos, en primer lugar, con la verdad, harto fácil de comprender, de que el obrero no es, desde que nace hasta que muere, más que fuerza de trabajo; por tanto, todo su tiempo disponible es, por obra de la naturaleza y por obra del derecho, tiempo de trabajo y pertenece, como es lógico, al capital para su incrementación. Tiempo para formarse una cultura humana, para perfeccionarse espiritualmente, para cumplir las funciones sociales del hombre, para el trato social, para el libre juego de las fuerzas físicas y espirituales de la vida humana, incluso para santificar el domingo –aun en la tierra de los santurrones, adoradores del precepto dominical72– ¡todo una pura pamema! En su impulso ciego y desmedido, en su hambre canina devoradora de trabajo excedente, el capital no sólo derriba las barreras morales, sino que derriba también las barreras puramente físicas de la jornada de trabajo. Usurpa al obrero el tiempo de que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y conservarse sano. Le roba el tiempo indispensable para asimilarse el aire libre y la luz del sol. Le reduce el tiempo destinado a las comidas y lo incorpora siempre que puede al proceso de producción, haciendo que al obrero se le suministren los alimentos como a un medio de producción más, como a la caldera carbón y a la máquina grasa o aceite. Reduce el sueño sano y normal que concentra, renueva y refresca las energías, al número de horas de inercia estrictamente indispensables para reanimar un poco un organismo totalmente agotado. En vez de ser la conservación normal de la fuerza de trabajo la que trace el límite a la jornada, ocurre lo contrario: es el máximo estrujamiento diario posible de aquélla el que determina, por muy violento y penoso que resulte, el tiempo de descanso del obrero. El capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y, para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo, al modo como el agricultor codicioso hace dar a la tierra un rendimiento intensivo desfalcando su fertilidad. Barcelona señoritas compañía Este curso peculiar de la industria moderna, que no se conoce en ninguna de las épocas anteriores de la humanidad, no hubiera sido concebible tampoco en los años de infancia de la producción capitalista. La composición del capital fue transformándose lentamente. Por eso su acumulación hacia crecer, en general, la demanda de trabajo. Lentamente, como los progresos de su acumulación, comparados con los de la época moderna, iba tropezando con las barreras naturales de la población obrera explotable, barreras que sólo podían derribarse por los medios violentos de que hablaremos más adelante. La expansión súbita e intermitente de la escala de producción es la premisa de su súbita contracción; ésta provoca, a su vez, una nueva expansión, que no puede prosperar sin material humano disponible, sin un aumento del censo obrero, independiente del crecimiento absoluto de la población. Esto se consigue mediante un simple proceso, consistente en dejar "disponibles" a una parte de los obreros, con ayuda de métodos que disminuyen la cifra de obreros que trabajan en proporción con la nueva producción incrementada. Toda la dinámica de la industria moderna brota, por tanto, de la constante transformación de una parte del censo obrero en brazos parados u ocupados sólo a medias. Una de las cosas en que se revela la superficialidad de la economía política es en que presenta las expansiones y contracciones del crédito, que no son más que un síntoma de las alternativas del ciclo industrial, como causa determinante de éstas. Del mismo modo que los cuerpos celestes, al ser lanzados en una dirección, repiten siempre el mismo movimiento, la producción social, una vez proyectada en esa línea alternativa de expansiones y contracciones, se mantiene ya siempre dentro de ella. Los efectos se convierten a su vez en causas y las alternativas de todo este proceso, que reproduce constantemente sus propias condiciones, revisten la forma de la periodicidad.* Una vez consolidada ésta, hasta la economía política comprende que la producción de una población sobrante relativa, es decir, sobrante con relación a las necesidades medías de explotación del capital, es condición de vida de la industria moderna. Academia lloret El valor del nuevo producto encierra, además, el equivalente del valor de la fuerza de trabajo y una plusvalía. Por la sencilla razón de que la fuerza de trabajo vendida durante un cierto tiempo, durante un día, una semana, etc., posee menos valor del que durante ese mismo tiempo crea su uso. Y el obrero, al cobrar el valor de cambio de su fuerza de trabajo, se desprende de su valor de uso, ni más ni menos que cualquier otro comprador. catálogos El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el planeta entero. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, sacudiendo el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra antijacobina, sigue ventilándose en China, en las guerras del opio, etcétera. discotecas en españa Aunque, en todas las ramas industriales, la parte de capital constante invertida en medios de trabajo tiene necesariamente que bastar para dar empleo a cierto número de obreros, que varía con la magnitud de la inversión, esta parte no necesita aumentar siempre, ni mucho menos, en la misma proporción en que crece la masa de obreros empleados. Supongamos que en una fábrica trabajan cien obreros suministrando, con la jornada de ocho horas, 800 horas de trabajo al día. Si el capitalista quiere aumentar en la mitad esta suma de horas de trabajo, puede meter a trabajar 50 obreros más pero esto le obliga a desembolsar un nuevo capital, no sólo para pagar los salarios, sino también para adquirir medios de trabajo. Pero tiene también otro camino: hacer que los cien obreros primitivos trabajen 12 horas en vez de 8, en cuyo caso no necesitará adquirir nuevos medios de trabajo; lo único que ocurrirá será que los ya existentes se desgastarán antes. De este modo, intensificando el rendimiento de la fuerza de trabajo, se obtiene trabajo adicional, que pasa a aumentar el producto excedente y la plusvalía, la sustancia de la acumulación, sin necesidad de que aumente en igual proporción el capital constante. Oscus Además, esta inversión sólo existe para una de las tres partes que intervienen en el trato. El capitalista compra la mercancía a A y la revende a B; en cambio, el poseedor simple de mercancías vende su mercancía a B, para luego comprar otra a A. Para los con­tratantes A y B, esta diferencia a que nos referimos no existe. Ellos sólo actúan como comprador y vendedor de mercancías, respecti­vamente. A su vez, el tercero se enfrenta con ellos, según los casos, como simple poseedor de dinero o como poseedor de mercancías, como comprador o vendedor; unas veces, este tercero es respecto a uno de los contratantes un simple comprador y respecto al otro un simple vendedor, para el uno dinero y para el otro mercancía, y para ninguno de los dos capital o capitalista; es decir, represen­tante de algo superior al dinero o a la mercancía y capaz de pro­ducir efectos distintos a los de la mercancía o a los del dinero. Para este tercero, el hecho de comprar a A y de vender a B son dos fases lógicas de un mismo proceso. Pero entre estos dos actos sólo para él existe una ilación lógica. A no se preocupa en lo más mínimo servicio integral de correo electrónico 52 Podríamos decir que Inglaterra exporta todos los años, no sólo capital, sino también obreros, en forma de emigración. Sin embargo, en el texto no se habla para nada del peculio de los emigrantes, que en su mayoría no son obreros. Un gran contingente lo forman los hijos de los colonos. El capital adicional inglés que se coloca todos los años en el extranjero a ganar interés, guarda una proporción muchísimo mayor con la acumulación anual que la emigración de cada año con el crecimiento anual de la población.

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